Es innegable que
aunque tengamos una imagen de la infancia como un periodo de inocencia y sana
jovialidad, algo de esa ingenuidad aparentemente inofensiva se convierte por
momentos en una fascinaciòn por lo abyecto, lo asqueroso e incluso lo malvado.
Coleccionar insectos, alardear cicatrices, matar pàjaros con pistolas de
diablos o la cuidadosa ejecuciòn de una broma pesada son pasatiempos que
funcionan como puentes entre una supuesta pureza del ser y una fascinaciòn
reciente por lo torcido, por la posibilidad de un camino alternativo a las
doctrinas parentales que apenas se empieza a descubrir.
Muchos proyectos
de Iván Navarro comparten esos impulsos de curiosidad infantil con cierta
sonrisa como telón de fondo, una sonrisa que no viene solamente del placer travieso,
sino también se siente entre divertida y nerviosa por acercarse a mirar dentro
de aquello que es extraño y peligroso, tal vez una sonrisa burlesca que sirve
para poder hacer frente a lo que nos confronta tanto que nos hace sentir
ignorantes, torpes y frágiles: sonreír para no llorar de miedo.
Este proyecto en
especifico le apuesta a permitirse malicia y fealdad, pues hay que ser
verdaderamente entregado a regodearse en la mala leche propia para realizar una
colección tan extensa de las personas feas que uno se va encontrando en la
vida. Apuntando con el dedo la tortuosa ausencia de atractivo ajeno, y luego a
punta de lápiz dibujando cada arruga, verruga, nariz torcida, ojos bizcos,
jorobas, orejas y narices desproporcionadas, el autor utiliza el recuerdo de
personas anónimas que se cruza cotidianamente para llevar un atlas cuyo objeto
cartografiado es básicamente la repulsión hacia el otro.
La fealdad de
esta colección no es homogénea, pues algunos de estos personajes aparentemente
poseen defectos faciales congénitos, otros parecieran estar desfigurados por
algún accidente del pasado, un tercer grupo debió ser simplemente poco
agraciado por la genética.
Sin embargo,
aunque la premisa de archivar gente que nos parezca fea en un libro se nos haga
política y moralmente incorrecta, también puede ser de alguna manera humilde,
pues no solo es un ejercicio de clasificación sino de recordación, casi que de
homenaje. Cada uno de los dibujos está hecho con esmero en los detalles, en la
particularidad de cada feo y cada fea que los hacen irrepetibles, como copos de
nieve. El error, la asimetría, la desproporción y la rareza son finalmente
características no solamente de la fealdad sino también de la individualidad, y
si uno no es ajeno a la historia del pensamiento, sabrá que a través de los
siglos grandes personas solamente han podido encontrar la belleza en aquello
que consideran irrepetible. No caiga usted en la trampa de asumir tan
rápidamente que este es un libro bully,
nada nos dice que el autor no sea feo también, o que de pronto la gente fea le
caiga bien, o hasta le guste.
Es innegable que
la idea detrás de estos dibujos es particular y sospechosa, dura de digerir, una
colección es extraña difícil de situar entre la curiosidad inocente y la
malparidez, aunque todo indica que tiene mucho de ambas al tiempo. Este es un
libro tan raro que una de sus principales victorias es lograr ser de alguna
manera un enigma: ¿Para qué se hizo? ¿Qué significa el hecho que este libro me
guste o me disguste? ¿Qué tanto de estos personajes hay en quien los dibuja?
¿Qué tanto de ese dedo señalador del artista hay en mí?
William Contreras Alfonso 2014
Feo. Pag 152. Impresión Digital. Ed, La Silueta. 144 Ejemplares.